Wednesday, February 14, 2007

De flores y mariposas


Se sentaba todos los dias en el mismo banco del parque, se instalaba frente al mar y perdía la vista y los pensamientos en el horizonte. Un vestido de flores largo y holgado, unas sandalias sin tacón, una cartera y unas hojas alrededor completaban la visión continua de esa diosa terrenal que cada día a las 5 de la tarde convertía ese parque abandonado en una imagen surreal sacada de un cuadro de Dali.

La primera vez que la ví andaba apurado, molesto y estresado por los inconvenientes de uno de esos dias en los que los papeles se invierten y el pie izquierdo es quien manda. Iba distraido en mis propios pensamientos, cuando me sorprendió la vista de alguien a esas horas en aquel parque. Alguien que, por lo demás, parecía estar en completa armonía y paz, sin preocupaciones simplemente aspirando, exhalando y observando quien sabe qué nimiedades del mar y el mundo. Mi paso era rápido y preciso, pero mi vista se prendió de ella y, aún cuando ya la habia pasado, volteé casi instintivamente y sin saber por qué la segui con la vista hasta que un infortunado vendedor de mariposas se interpuso en mi camino, obligándome a tropezar con él, echando por el suelo el recipiente que las contenía todas, desatando una nube de colores revoloteantes que culminaron en la interrupción de la inmovilidad del cuadro dalilesco, obligando a la bella a echar una mirada sobre su hombro y cruzando, por unos breves instantes su mirada con la mia.

Entonces los ví. Eran esos ojos grandes, oscuros y profundos de los que hablaba aquel señor sabio, que iba todos los días a vendernos las flores que quedaban al final del día, y que mi madre utilizaba para accesorios aromáticos que luego vendía más adelante a las señoras del edificio que querían que sus casas semejaran a los jardines de flores con que soñaban en la infancia.

Ella era la chica de los ojos tristes que se sentaba día a día en el parque y que no hablaba con nadie. Decía el señor sabio que varios intentaron acercarse, conocerle, pero la magnética fuerza de inalcanzabilidad que la rodeaba y la profundidad y tristeza de sus ojos los desconcertaba, obligándolos a excusarse e irse, retornando la escena a la belleza solitaria de la cual era parte.

Ese día, seis meses después de ese encuentro y habiendo venido a diario sólo a verla, me atreví a acercarme. Conforme la distancia entre los dos disminuía, me sentía embargado por una sensación intensa, exhausiante, que me iba despojando de las fuerzas, dejándome solo lo necesario para no desfallecer antes de haber pronunciado la primera frase:

- Como te llamas?

- Esperanza

Iana
Jueves
1:16am
15 Feb., 2007

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